Título: El nuevo escenario estratégico y su impacto en América del Sur

Fecha: 01/10/2002
Idioma: español

EL NUEVO ESCENARIO ESTRATÉGICO Y SU IMPACTO EN AMÉRICA DEL SUR
Roberto Luis Pertusio (Contraalmirante R.E.)
En 1947 escribía Ortega y Gasset en su libro titulado En torno a Galileo: "...las distintas porciones del planeta se articulan en una suerte de organismo topográfico siempre diferente. Ciertos territorios actúan como vísceras de la vida general del tiempo, mientras los otros son mera periferia, músculo o tejido adiposo."
Parecería que el célebre pensador español se estaba adelantando a lo que hoy denominamos globalización, quizá influenciado de algún modo, por los atisbos que al respecto se ensayaron a comienzos de siglo y que la Primera guerra Mundial se encargó de aventar.
Lo que muy posiblemente el filósofo no vislumbró, porque no debe haber imaginado que el fanatismo de los hombres amalgamado con la perversidad fuera capaz de tanto, es lo que hoy conocemos como el accionar "globalizado" del terrorismo internacional. En el esquema de entidad planetaria que se planteaba Ortega, aquél sería un cáncer, originado en una mezcla de frustración e intolerancia, que lejos de permanecer encapsulado en los tejidos que cobijaron su fermentó, pretende afectar otros, y en particular las "vísceras" que hacen posible la vida del organismo mundial.
Hoy podríamos identificar esas vísceras con los países que conforman el G-7+Rusia, equiparando a Latinoamérica con parte del tejido o masa muscular, tal vez debilitado peligrosamente, lo que no debería despreocupar a las primeras.
Al solo efecto de ordenar el discurso, permítaseme hacer una muy breve incursión en la historia.
Los grandes acontecimientos que impactaron la humanidad provocando algún cambio en su ordenamiento, lo fueron por su influencia en la geopolítica universal entonces imperante; sin agotar en modo alguno su listado basta mencionar: la paz de Westfalia, la Revolución Francesa, el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín.
La paz de Westfalia significó, en el cristianismo, el equilibrio entre los ámbitos político y religioso en el siglo XVII, los Papas, convertidos en potestades seculares, perdieron la esperanza de mantener influencia universal, debiendo aceptar que la mitad de Europa no era católica, además, se echaron las bases de la diplomacia y se dio cabida a los Estados no poderosos. Este equilibrio el mundo islámico todavía hoy se lo debe, en muchos Estados árabes religión y poder político son una misma cosa.
La Revolución Francesa predominó y en gran medida pautó, la política e ideología del siglo XIX. La Francia de la Revolución inventó o descubrió la "guerra total" y consolidó el concepto de estado-nación.
El término de la Segunda Guerra Mundial tiene dos consecuencias geopolíticas trascendentes, por un lado resulta de hecho establecido un orden internacional binario, liderado por los Estados Unidos y la Unión Soviética, que condicionará todos los acontecimientos mundiales. Por otro lado, se produce un proceso de descolonización que conlleva, por correlato, el surgimiento de un gran número de Estados jóvenes.
La caída del Muro de Berlín, que fue el símbolo del colapso del comunismo en el mundo, termina con el orden binario de la Guerra Fría y da cabida a un nuevo orden internacional, nunca bien determinado, que pasa a ser objeto de diversas interpretaciones o visiones que no parecen ser motivo de esta presentación.
Deliberadamente no he incluido a la Revolución Bolchevique, por considerarla en sus orígenes un episodio regional encapsulado en la Unión Soviética y con una moderada, aunque no despreciable, influencia ideológica fuera de sus fronteras. Es precisamente al finalizar la Segunda Guerra Mundial cuando se produce el desborde comunista, primero en la Europa ocupada por los ejércitos soviéticos y en todo el planeta poco después.
A mi juicio, el otro reciente acontecimiento geopolítico de trascendencia ecuménica, lo constituyó los atentados en Nueva York y Washington del 11 de setiembre de 2001. Fue como si el tan discutido y mal definido "nuevo orden internacional" hubiera por fin encontrado una respuesta.
En los doce años que transcurren desde la caída del muro hasta el 11 de setiembre próximo pasado, convivieron, al menos en lo que podríamos denominar una corriente de pensamiento geopolítico, un no definido nuevo orden internacional con un aparentemente menos elusivo nuevo orden mundial. El primero, cualquiera sea su visión, tiene por actores a los Estados en el dinámico juego de las relaciones internacionales; el segundo en cambio, tiene por actores a los hombres, que constituyendo organizaciones no gubernamentales (O.N.Gs.), se erigieron en defensores del hábitat, que el mismo hombre se encarga de agredir, y en defensores de derechos que a estos le son caros, oponiéndose de hecho a los flagelos que en sus diferentes expresiones asolan la tierra.
Es bien conocido que las O.N.Gs. han logrado, junto con los medios de comunicación, otorgar cierto grado de porosidad a las fronteras de los Estados, que se ven sometidos a la presión de un derecho con tendencia a universalizarse. Estas organizaciones han pasado a constituir factores de poder que no pueden ser ignorados por los gobernantes.
Si bien toda O.N.G. se establece con un fin altruista, no me parece desacertado pensar que existe una vertiente oscura de este tipo de organizaciones supranacionales: las mafias, el narcotráfico, el tráfico ilegal de armas y seres humanos y el terrorismo. Se podrá decir que estas existen desde mucho tiempo atrás, es cierto, pero nunca como en los últimos años se han revelado con la virulencia y perversa eficacia con que hoy lo hacen.
El nuevo orden internacional y el nuevo orden mundial convivieron con cierta independencia el uno del otro durante estos doce años. El primero animado por los conflictos interestatales, el segundo interesado en la estructura de valores, ya para preservarlos, ya para destruirlos.
A lo largo de las épocas los Estados hicieron la guerra entre si, a tal punto, que se puede decir que la historia del hombre ha sido la historia de sus guerras. Pero los atentados del 11 de setiembre nos están indicando un cambio sustantivo, una O. N. G., de hecho, le declara la guerra al más poderosos de los Estados, se podrá argumentar que lo había anunciado mucho antes, pero las bravuconadas y amenazas, sumadas a uno que otro atentado, asumen ahora proporciones impensadas. El propio presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, en un discurso a la nación, declara formalmente la guerra al terrorismo agresor, invitando a los países amigos a unírsele en la acción punitiva.
El 11 de setiembre de 2001 los caminos paralelos que transitaban ambos órdenes convergieron, creo que hoy no es posible discernir un nuevo orden mundial escindido de un nuevo orden internacional. Parecería que el mundo, trágicamente, encontró la respuesta, aunque mejor sería decir que esta le fue dada cruentamente, instalando una inseguridad que ha impuesto cambios de hábitos por temor.
La mutación geopolítica que el mundo ha experimentado, nos lleva a afirmar que desde entonces, paradojalmente, se convive con la seguridad de la inseguridad. El planeta tierra se ha convertido en un lugar riesgoso para habitarlo.
Una vez más nos refugiamos en el pensamiento de Ortega y Gasset, quien en las primeras páginas de Una interpretación de la Historia Universal, manifiesta lo siguiente: "Noticias, hombres y cosas se desplazaban vertiginosamente de un punto del planeta a otro remotísimo. Consecuencia de ello, fue, a su vez, que, industrial y bélicamente, todos los pueblos se hicieron fronterizos; las naciones quedaron interpretadas mutuamente, pues no hay países a quien no sean indispensables los demás."
Por cierto, nuestra región no es ajena a los acontecimientos que han tenido por escenario el hemisferio norte, en nuestro caso en particular, están frescos en la memoria y lo seguirán estando por mucho tiempo, las voladuras de la embajada de Israel y la AMIA.
Hoy se ha instalado de hecho un nuevo orden binario, sería simplista y pecaríamos de ingenuidad si pretendiéramos reducirlo a un enfrentamiento entre buenos y malos. Pero es indudable que existe una división, que desde ya no es nueva, pero que ahora se profundiza conmovedoramente.
Por un lado están quienes conformes con el orden imperante desean que se mantenga el statu-quo, por el otro los insatisfechos que pretenden un cambio radical. En el primer grupo se alinean los países desarrollados, con una cabeza visible, Estados Unidos, con quien estrechan filas las principales naciones europeas, pero se le agregan muchos otros que, o bien están cómodos con el statu-quo existente, o bien aspiran a progresar dentro del sistema al que adhieren.
En el grupo de los insatisfechos se encuentran los que cobijan a lo que hoy se denomina fundamentalismo intransigente, deformación a la que condujo el fracaso del socialismo árabe, y los integrantes de esas bandas delictivas o terroristas que, genéricamente, como ya se dijo, son también O.N.Gs.
Pero en el seno de los países que aceptan el statu-quo, merodean organizaciones, así como también minorías sociales, que ya por ideología, ya por ignorancia, de un modo u otro simpatizan con el fundamentalismo criminal o dicen simpatizar por mostrar su repudio al sistema vigente, del que se auto excluyen o se sienten excluidos.
Los atentados del 11 de setiembre de 2001 estuvieron dirigidos a los principales exponentes de lo que constituye "el poder del Estado", pero casualmente, del más poderoso de los Estados. El poder económico-las torres gemelas de Manhatan-, el poder militar- el Pentágono-, y el poder político, en la presunción que el avión que se estrelló accidentalmente tenía por destino el Capitolio o la Casa Blanca.
Inmediatamente los comentaristas de temas internacionales y también algunos líderes políticos, recordaron a Samuel Huntington y su conocido libro El choque de las civilizaciones, hasta donde personalmente he tenido conocimiento, todos los comentarios fueron contrarios a su pensamiento. Argumentaron que tanto Ben Laden como Al Qaeda y demás grupos terroristas que lidera o sobre los que ejerce influencia, no representan al Islam en su totalidad, dijeron que por el contrario no pasan de ser una minoría dentro del mundo árabe. Eso es rigorosamente cierto, pero a mi juicio, creo que merece otra interpretación, las civilizaciones, como lo expresa Huntington, tienen una suerte de núcleo duro que son las diferentes religiones que cada una profesa mayoritariamente. La religión, cualquiera esta sea, inflama el espíritu de los hombres profundamente creyentes, la historia es rica en crímenes y atrocidades cometidas en su nombre: las Cruzadas, la guerra de los treinta años y la Santa Inquisición son algunos de sus testimonios.
Pues bien, "enancadas" en principios religiosos, es como actúan estas O.N.Gs., pretendiendo además, arrastrar en su causa y accionar terrorista a toda la civilización islámica, por eso el repetido llamado a la "guerra santa".
Interpreto que lo anunciado por Huntington se está cumpliendo, por cierto no en una guerra generalizada entre todo el mundo árabe y el llamado mundo occidental, del que nuestro país y sus vecinos forman parte, sino a través de grupos radicalizados del primero que intentan encolumnar en su lucha a los mil millones de árabes que habitan el planeta. La común antipatía hacia Israel y hacia el poder desbordante de los Estados Unidos, que lo respaldan, constituyen un atrayente incentivo; es entonces, en el seno del choque de civilizaciones donde se encuentra la interpretación de lo que hoy mueve a las demenciales acciones de los comandos terroristas.
Hay de hecho instalado un nuevo escenario estratégico. La amenaza siempre latente en distintos rincones de la tierra del estallido de una guerra regional se mantiene, pero es el terrorismo fundamentalista, con capacidad y un no despreciable grado de posibilidad de alianza con organizaciones terroristas latinoamericanas, el que representa hoy el más alto nivel de riesgo en Sudamérica. El remoto I.R.A. instruyó a miembros de las F.A.R.C.
Después de todo, importantes rasgos en común ostenta la llamada guerra santa con lo que conocemos por guerra subversiva, rasgos que, a mi juicio, interpreto que no son siempre considerados debidamente, aunque en definitiva son los que signan su virulencia y crueldad; me refiero a la permanente actitud ofensiva y al concepto de guerra total. Ambas constituyen guerras de suma cero, lo que significa que no hay posibilidad de negociación alguna, el presidente Andrés Pastrana de Colombia lo acaba de experimentar. Lo que se pretende es el cambio radical, acompañado por cierto con la destrucción de la estructura de valores que lo sustenta, no es el caso de negociar con quien gobierna sino sustituirlo, destruyendo de paso las instituciones;"¡que se vayan todos!"
El terrorismo de Ben Laden y la subversión enquistada en cualquier Estado soberano tienen mucho de común, por lo pronto ambos se exteriorizan a través de acciones terroristas, cuya filosofía podemos definir como "terror en anticipo de mayor terror"; de modo de instalar la inseguridad y el miedo como forma "progresista" de vida, si a éste se le adiciona el aumento desbordante de la delincuencia y la pobreza, pues tanto mejor. Cuando en agosto pasado el presidente Uribe asume en Colombia, el atentado de las F.A.R.C., que deja un saldo de 20 muertos y más de 80 heridos, de haber logrado el éxito que sus autores esperaban, es decir un ataque al Parlamento en el momento preciso de la jura, donde el blanco hubiera sido una nutrida concurrencia que incluía a media docena de mandatarios latinoamericanos y el príncipe de España, la espectacularidad del hecho terrorista posiblemente habría igualado al de las torres gemelas.
En este nuevo escenario estratégico, en el que podemos decir que la amenaza latente y real del atentado terrorista de gran magnitud ha pasado a dominar el centro de la escena, ocupando y preocupando a los sistemas de seguridad e inteligencia de las naciones como quizá no había ocurrido antes, lo económico juega un papel nada despreciable que debería ser atendido con particular atención.
La pobreza, instalada en vastas franjas de la sociedad de los países latinoamericanos, constituye sin duda un excelente caldo de cultivo en el que es posible reclutar adeptos insatisfechos. Este no es un hecho menor, y sería conveniente que "las vísceras" del mundo presente lo agenden debidamente. Es posible, que afectada en la manera que lo fue la seguridad de los Estados Unidos de Norteamérica, esta cuestión eclipse todas las demás situaciones. De cualquier forma, parecería sensato conservar los enemigos existentes sin sumar otros. Si hoy, como pienso, en el mundo se ha instalado un nuevo orden binario, animado más que por los Estados por las sociedades, pudiendo identificar estas en dos grandes categorías: satisfechas e insatisfechas, los esfuerzos que se hagan por aumentar el número de personas incluidas en la primera redundará en beneficio de la seguridad planetaria.
Este planteo no pretende instalar el concepto de "Estado rico benefactor" obligado a la asistencia de los países pobres, pero en la medida en que no se preste atención a la brecha cada vez más pronunciada que separa a los países desarrollados de aquellos que no lo son, la frustración alimentará aspiraciones demagógicas, soluciones utópicas y resentimientos. Esta, a mi juicio, es la mayor amenaza que enfrenta hoy nuestra región, la antipatía producida por la exclusión puede alentar alianzas siniestras.
En un artículo aparecido en el diario La Nación del día 13 de julio del corriente año, su autor, Wade Davis, refiriéndose a los Estados Unidos expresa: "Semejante país no capta fácilmente la realidad de un mundo en que 1300 millones de personas sobreviven a duras penas con menos de un dólar diario. Un país conectado a Internet pronto olvida que la mayoría de la población mundial nunca recibió una llamada telefónica y menos aún envió un mensaje electrónico."
Más adelante agrega: "Habría sido tranquilizador ver en Al- Qaeda un fenómeno aislado, pero yo temo que sea una manifestación de un conflicto más amplio y profundo entre ricos y pobres."
Con horror hemos escuchado que algún personaje expresara alegría por la tragedia del 11 de setiembre, pero lamentablemente, debe haber muchos más, que habiendo experimentado algún grado de regocijo no lo manifiestan públicamente, y otros que le resulta indiferente y distante.
Varios países latinoamericanos están realizando experiencias políticas atípicas, por darle alguna denominación que no resulte urticante, o se encaminan a ellas con la esperanza de encontrar la solución mágica que resuelva el fracaso y la frustración que se cocinaron en la corrupción de las dirigencias de las últimas décadas.
Nos preguntamos ¿cuál es la naturaleza de las nuevas amenazas?
Pues bien, existe una amenaza endógena, de la que hay que tomar plena conciencia, es la que a través de un comportamiento inmoral y desenfadado de dirigentes alimenta la insatisfacción y por reacción convoca a la violencia social. Pretender negarlo parecería ocioso.
Y existe una amenaza exógena, que se vale de la anterior para sumar voluntades a su heterogéneo universo de insatisfechos.
¿No será quizá, aquella frase simple, de brutal realismo, vinculada con la economía, que pronunciara el ex presidente Clinton en plena campaña electoral, la que sin eufemismos resume la gran amenaza?
Se podrá argumentar que en los latinoamericanos, que son una civilización en si mismos, no prende el fundamentalismo o fanatismo religioso, es cierto, pero podría simpatizarle a importantes segmentos de su composición social, los que facilitarían y alentarían su accionar, ya que, después de todo tienen un enemigo en común.
Quizá sea imposible precisar desde cuando existe esta dicotomía entre satisfechos e insatisfechos, pero el 11 de setiembre próximo pasado se manifestó tan brutalmente, que se instaló en el centro del escenario estratégico internacional.
Poco después de la caída del Muro de Berlín, se trató de simplificar la dinámica que animaba al mundo a través de lo que podríamos denominar una solución cardinal. Fue así que se habló de un nuevo ordenamiento internacional binario, al que se denominó NORTE-SUR, en reemplazo del ESTE-OESTE vigente durante los más de cuarenta años de Guerra Fría.
En su libro El brillante porvenir de la guerra, Phillipe Delmas expresa que esto es una simplificación extrema, que pretende sustituir, a través de lo que él denomina pereza imaginativa, lo que fue un enfrentamiento ideológico por otro de índole económico de inserción geográfica imprecisa. Se pregunta Delmas: ¿dónde está el sur, y donde está el norte? Acaso Australia y Nueva Zelanda están en el sur postergado y Haití, Guatemala, Etiopía y Sudán en el norte desarrollado, porque la rigidez de la geografía así lo decidió. En el marco económico que se pretende dar a esta visión cardinal, la mayoría de los países, incluyendo a varios de los desarrollados, tienen su propio sur fronteras adentro.
En América del Sur visualizamos otras amenazas de posible ocurrencia, ya combinadas con las señaladas o ya de manera singular, aprovechando la vulnerabilidad de lo que podríamos definir como zonas blandas.
Tales zonas blandas, en la geografía de nuestro subcontinente, las constituyen por un lado ciertas fronteras porosas, y por otro, espacios relegados en su desarrollo y atención.
La conocida como "Triple Frontera" del norte argentino se ha convertido en un lugar animado de dudosa actividad, que preocupa tanto a los gobiernos de otros Estados como al conjunto de países que la conforman. De igual modo, las fronteras de Brasil, Ecuador, Perú y Venezuela con Colombia, presentan cierta porosidad para el accionar de la guerrilla. Varios segmentos de las distintas fronteras latinoamericanas son empleados como corredores para el tráfico de drogas.
En lo que concierne a regiones relegadas en su desarrollo, identificamos lo que podemos denominar la periferia del MERCOSUR, al norte el inmenso e inexplorado Amazonas de Brasil y al sur la Patagonia Argentina con su correspondiente litoral atlántico. Los vastos espacios semiabandonados, carentes de desarrollo y de poblaciones estables distribuidas con equidad, constituyen una invitación para que en ellos se establezcan y operen organizaciones delictivas, así como también migraciones no deseadas. Una adecuada ocupación y preocupación de estos espacios se traduce en un freno natural a tales amenazas.
Desde hace ya algún tiempo nos hemos acostumbrado al anuncio de una inevitable intervención militar de los Estados Unidos en Irak, aparentemente sólo faltaría ponerle fecha. Sin abrir juicio alguno sobre la justificación de la misma, me permito advertir, que muy posiblemente, más allá de los resultados militares y políticos inmediatos, se alentaría el universo de los insatisfechos, donde nuestra región no sería una excepción, por el contrario, es probable que tengamos por correlato una potenciación del sentimiento de rechazo hacia la sociedad desarrollada, que llevaría a desembocar en una creciente polarización, si bien de endeble sustento racional, de un enorme componente de frustración emocional. Lo que brindaría espacio a una situación paradigmática para soluciones mágicas y demagogos míticos.
He aquí, someramente descriptas, las amenazas regionales, son indudablemente nuestras amenazas, que deben preocuparnos a todos y desvelar muy particularmente a nuestros dirigentes, pero en este organismo vivo que con tanta lucidez precisara Ortega y Gasset las vísceras corren peligro, el 11 de setiembre quedó demostrado que los poderosos son también vulnerables. La infección, hoy localizada en determinados tejidos, puede extenderse con facilidad en la medida en que encuentre otros tejidos debilitados, la cura no es sencilla, la prevención puede ser muy compleja, los antibióticos son caros y los cuidados demandan dedicación, esfuerzo e idoneidad, pero me parece que vale la pena intentar el saneamiento.
Fuente:
Ponencia preparada para el V Encuentro Nacional de Estudios Estratégicos, Buenos Aires, 1 al 3 de octubre de 2002