LA EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA PARA LA DEFENSA
Rut Diamint*
Abril 2007
En muchas ocasiones se ha reiterado que los ejércitos están mejor preparados
para pelear la guerra previa. Con ello se quiere reflejar una práctica común de las
fuerzas armadas, que consiste en estudiar los conflictos pasados para elaborar las
estrategias hacia el futuro. Las reformas diseñadas desde la política raramente pueden
solucionar este déficit. Menos ahora, cuando existe una amplia coincidencia
acerca de que los escenarios internacionales son muy fluctuantes e interpenetrados.
Así es que la globalización, en todas sus dispares manifestaciones, también
incide en la universalización de los conflictos, lo cual nos hace partícipes de escenarios
distantes y sin embargo próximos a nuestras preocupaciones de seguridad.
Hoy más que antes, las fuerzas armadas tienen que estar imbuidas de los valores
universales y de una flexibilidad conceptual mayúscula.
El general norteamericano Richard B. Myers, quien fuera Jefe del Estado Mayor
Conjunto, expresó en 1999: "De la misma manera que no podemos esperar luchar
con éxito la próxima guerra con el equipo que se utilizó en la última guerra, de
hecho tampoco podemos ver una victoria en la siguiente guerra, utilizando las mismas
políticas de la guerra anterior. Para poder prepararnos mejor para el futuro,
también tenemos que activar nuestro pensamiento. Necesitamos el debate nacional
sobre las políticas existentes..." 1.
Este planeta hiperinterpenetrado en el que una catástrofe climática en el este
asiático afecta la bolsa de valores en el extremo sur del hemisferio occidental, obliga
a una amplitud mental y una diversificación profesional que muy difícilmente se pueda comprender desde el aula de una escuela superior de las fuerzas. Este
mundo de incertidumbres nos exige desarrollar un trabajo mancomunado entre
actores diversos. El compromiso democrático internacional nos compromete crecientemente a proveer de respuestas ante conflictos fuera de nuestras fronteras.
Estas demandas globales apremian a pensar en nuevos modos de gestión de crisis,
y ellos conducen a la elaboración de renovados conceptos.
Por ejemplo, el término de cooperación cívico militar (CIMIC por su sigla en
inglés) es un desafío diferente al concepto de relaciones cívico-militares que tradicionalmente manejamos en Latinoamérica, para referirnos al requisito democrático
indispensable de la conducción civil de las fuerzas armadas. En el caso de las
CIMIC, los militares son diplomáticos, son humanitaristas, son asesores políticos y
de desarrollo comunal, compartiendo el terreno con actores públicos y privados.
Ambos tienen la misma legitimidad para buscar soluciones a los conflictos y diseñar
novedosas respuestas a las crisis, que ya no son exclusivamente crisis militares.
Los oficiales no sólo deben saber hacer la guerra. Además tienen que saber
instalar la paz: restaurar o instaurar el estado de derecho, hacer funcionar instituciones,
acompañar la reconstrucción económica. Profundizar el entrenamiento de
los uniformados para esas tareas CIMIC no implica desestimar la formación tradicional
de los hombres de armas, ni descartar los principios de control civil democrático
de los militares. No obstante, apunta a una formación más compleja y a
un debate incesante entre especialistas civiles y militares.
Es evidente, por lo tanto, que la formación de los oficiales debe ser diferente,
pues hoy demandamos la acción militar tradicional sumada a esas nuevas funciones
externas. Tratándose de un trabajo orientado hacia comunidades, muchas de
ellas con notables déficit en el campo social, político y económico, resalta más
claramente la importancia de una sólida base de estudios sociales, en los cuales,
el conocimiento vivencial y conceptual de los derechos humanos es indiscutible.
Estas nuevas funciones militares detentan legalidad pues derivan del organismo
de mayor legitimidad mundial -las Naciones Unidas-, que aún con sus aciertos
y errores depende del aporte de las fuerzas armadas para instituir la paz.
Restablecer las bases de una vida pública armónica es una urgencia, para la cual
se pide el respaldo de los países que sustentan los valores de la concordia y la
tolerancia recíproca. En estas misiones hay mucho de reconstrucción del tejido
social, y para ello el arma es el diálogo, la tolerancia, la información, la creación
de climas de confianza y compromiso mutuos. ¿Como podrían los militares realizar
esta tarea si en su formación no tuvieran una educación sólidamente democrática,
o sea, sustentada en la vigencia del Estado de Derecho, el respeto a los
derechos humanos, sociales y políticos, y el respeto a las minorías?
Aristóteles decía en su libro aPolítica que "la naturaleza misma de las cosas
rechaza el poder de uno sólo sobre todos los ciudadanos, puesto que el Estado
no es más que una asociación de seres iguales, y que entre seres naturales iguales
las prerrogativas y los derechos deben ser necesariamente idénticos". Este sustento
no siempre fue traducido correctamente en nuestra actividad política, y esta
verdad democrática tiene que ser el cimiento de toda educación ciudadana. El
conocimiento profundo de los principios de derechos humanos no corresponde
sólo a la educación militar, sino a toda educación básica y profesional. Pero en el
ámbito militar tiene una importancia central, porque está en juego la vida de los
habitantes.
Por cierto, estas operaciones requieren de una capacitación militar tradicional
que produzca reaseguros para las poblaciones combatiendo a los enemigos, aportando
la logística y creando el campo pacífico para que organizaciones humanitarias
y políticas encuentren un medio adecuado para desarrollar sus tareas. Por ello,
como herramienta tradicional de los Estados, las fuerzas armadas requieren seguir
preparándose para la guerra. Pero, como dijimos, no para la guerra pasada, sino
para un escenario desconocido en el que los enemigos no siempre revisten una
identificación de nacionalidad. La formación militar no puede aferrarse a dogmas,
definiciones, cuadros, métodos de camino, porque la realidad desafía cotidianamente
nuestro conocimiento.
Los estrategas tienden a coincidir en que es más importante tener recursos
humanos entrenados para el uso de las tecnologías de la guerra, que el equipamiento
más moderno, pues sin personas capaces de hacer un buen uso de ello,
esa sofisticación instrumental pierde eficacia. Por supuesto, lo ideal es tener ambas
cosas, pero en nuestros países nos hemos acostumbrado a aceptar la realidad y no
los deseos. Toma mucho tiempo tener una fuerza organizada para aprender a usar
los nuevos armamentos, los que tal vez adquiramos a futuro, pero mucho más
demora tener un equipo de especialistas con capacidad de entender y proteger los
desafíos próximos.
Ante este panorama cabe reconocer que nuestro déficit mayor reside en la instrucción
de los educadores. El sistema de educación pública superior, es por ejemplo,
un sistema de premios y castigos que obliga a una constante actualización,
pues los concursos docentes son altamente competitivos. Los sistemas militares
tienden a ser cerrados, manteniendo aún una considerable cuota de desconfianza.
Los profesores de la educación militar son el primer eslabón del proceso de reforma
de la educación.
La preparación debe ser crítica, deliberativa, dinámica, flexible, para poder
aprehender un mundo aceleradamente cambiante e interdependiente. La mundialización
se instaló con sus efectos positivos y sus consecuencias negativas, esta
es la realidad que sobrevivimos. Los Estados se asocian y al mismo tiempo se segmentan,
la competencia se agudiza, los conflictos se multiplican. Pero al mismo
tiempo, crece la cooperación, se ahonda la integración regional, se hace más consciente
y activa la responsabilidad social y ambiental. Estamos en un momento de
tensión entre la lógica de la guerra y la lógica de la humanidad. Si nuestro interés
se manifiesta reiteradamente tras la lógica de la paz y la tolerancia, ello amerita ser
reflejado en la educación de nuestros sistemas de defensa.
Recurriendo a otro de los clásicos, Nicolás Maquiavelo en El Príncipe, enseñaba
a los futuros dirigentes que a los militares "durante los tiempos de paz debe
ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la
acción y con el estudio". En ese escenario, el entrenamiento da mayor atención
a la educación cívica, al conocimiento de la política. Ello debe hacerse sin partidismo,
teniendo como meta una mejor apreciación de nuestra democracia y desarrollando el significado de la cooperación entre naciones. El objetivo es fomentar un sentido profundo de responsabilidad cívica.
Se ha señalado que la actividad militar es, por un lado, jerárquica, y por otro,
una experiencia democratizadora. En este último caso refiere a la experiencia de
compartir con otros ciudadanos de diferentes localidades, costumbres y sectores
sociales, la vida diaria. Ello es aún mayor en los casos que esa experiencia se
extiende a las misiones de paz multinacionales. Para una buena integración de
personas tan diferentes es necesario eliminar los prejuicios. Esto no es automático,
sino que requiere de la pedagogía que nos haga entender que el otro es
alguien con los mismos derechos, las mismas debilidades y los mismos anhelos
que nosotros.
El desafío que hoy tenemos es adaptar las instituciones de seguridad a los nuevos
tiempos, regidos por la recuperación de la democracia, los procesos de integración
regional y la negociación pacífica de conflictos. Las fuerzas armadas son
parte de ese proceso y no pueden formarse en canales divergentes de esa realidad.
La interpenetración del mundo civil y el militar surge con características diferentes
del pasado, pero obligando más perentoriamente al trabajo mancomunado.
La educación militar sólo se adecuará a estos cambios si de forma permanente
entrecruza estos dos mundos. Un alto oficial que sólo pasa por los cuarteles y por
las escuelas militares carecerá de la amplitud mental y cultural para responder eficientemente a la dinámica incesante del siglo XXI.