PARTIDOS POLÍTICOS Y DEFENSA EN AMÉRICA LATINA
Luis Tibiletti*
Agosto 2008
Cuando propusimos hace ya varios años a RESDAL trabajar la temática de
Parlamento y Defensa, sabíamos por los años de experiencia como asesores parlamentarios
que estábamos ante un debate mucho mayor, como es el del papel de
los partidos políticos en América Latina frente a estos asuntos.
Desde el punto de vista histórico, es evidente que en nuestra región la relevancia
de los Parlamentos no es similar a la de otras. Nuestra tradición política, a
partir de las guerras de la independencia, estuvo mucho más centrada en las distintas
formas de expresión del Poder Ejecutivo que en el parlamentarismo. De
todas maneras pueden rastrearse, en distintos momentos de la construcción del
Estado moderno a fines del siglo XIX, e incluso en los primeros años del siglo XX,
etapas en las cuales los Parlamentos -aún con una función más estrictamente legitimadora
de iniciativas de Ejecutivo que como formulador de propuestas- tuvieron
en casi todos los países cierta participación en los asuntos de seguridad y defensa,
fijando las estructuras básicas de las Fuerzas Armadas modernas.
Este papel fue mucho menor en las décadas de la segunda mitad del siglo XX.
Esto se entiende si pensamos que en la mayoría de los países los gobiernos quedaron
en manos de las propias instituciones militares, o que éstas cumplían claras
funciones de arbitraje de la vida política. Fue precisamente al calor de los procesos
de transición a las democracias, a partir de mediados de los `80, cuando se
dieron las condiciones para que los representantes parlamentarios comenzaran a
tener un rol más significativo, siempre considerando los diferentes modos y ritmos
que las mismas presentaron en cada país.
Claro que la asunción de estas facultades no fue un proceso fácil ya que
debían superarse una serie de limitaciones. La primera de ellas tuvo que ver con
el proceso conocido como la transferencia de prerrogativas entre las instituciones
militares y las políticas, durante las transiciones.
Cuando de algún modo este obstáculo fue superándose por el propio afianzamiento
del Estado de Derecho surgió una segunda dificultad, consistente en la
escasísima preparación de los hombres de la política para comprender los asuntos
de seguridad y defensa. Esta dificultad común a todos los países de la región
reconoce distintos análisis. Para algunos tiene una relación directa con la deficiencia
en los procesos de formación de los líderes políticos lo que, a su vez, responde
a las peculiaridades de cada historia política. Para otros es una consecuencia
natural de la despreocupación de las sociedades por los temas de la
defensa, que no presiona a sus representantes a tener opinión sobre el tema. Aquí
vamos a detenernos sobre la cuestión vinculada a los líderes políticos.
Lo primero que surge al analizar la historia institucional de nuestros países es
la muy firme imbricación que siempre ha existido entre los partidos políticos (aún
antes de su estructuración moderna a fines del siglo XIX), y los militares.
Volviendo al tema de las guerras de la independencia, claramente tuvieron un
componente ideológico (si es que no queremos llamar partido, por ejemplo, a la
Logia Lautaro), que nutrió a los patriotas a lo largo y a lo ancho de América Latina,
sin diferencias entre los pocos militares profesionales que participaron de ellas
(como San Martín) y los "generales" hechos en el trajinar de las batallas como
Bolívar, Sucre, Sandino y tantos otros próceres. De esta simbiosis originaria entre
hombres de armas y dirigentes políticos, sociales y hasta religiosos se derivó hacia
nuestras estructuras modernas de Estado una concepción de lo político militar,
que sin duda sigue presente en la región hoy en casos como los de los "Comandantes" Castro, Chávez u Ortega, o los Coroneles Gutiérrez o Humala.
La aparición, a partir de mediados del siglo pasado, de militares que encarnaron
la etapa de inclusión social de las masas excluídas (tales como Perón en
Argentina o Vargas en Brasil, por la vía del movimiento cívico militar y luego la
legitimación masiva en los votos; el posterior reformismo militar en Perú y
Ecuador con su carga de expectativas populares; el caso del General Liber
Seregni, fundador del actualmente gobernante Frente Amplio en Uruguay; o la
histórica unión entre Colorados y militares en Paraguay) volvió a reforzar esa simbiosis,
agregando ahora un nuevo componente: los partidos políticos ya modernos
nacidos por la gestión de un caudillo militar.
De allí que casi todos los partidos políticos en América Latina procuraran siempre
tener un ala militar, es decir militares en actividad y retiro que fuesen "propia
tropa", usando la misma jerga castrense para definirlos. Por supuesto, no es ajeno
a ello el hecho del rol político que las propias instituciones militares cumplieron,
como tales, a lo largo del siglo XX. Y valga aquí cualquiera de las versiones que
intentan explicar este rol, sea la idea muy europea del equilibrio político tal como
planteó Alain Rouquié, o la función de instrumento del imperialismo de los
Estados Unidos, como siempre han sostenido nuestras izquierdas. Es evidente
que, si las instituciones militares tenían por lo menos la capacidad de regular el sistema de acceso y salida del poder estatal, los partidos debían procurar tener su
"rama militar" para aspirar a ejercerlo.
¿Quién, o quienes, iban entonces a pensar cómo conducir a esas instituciones
cuasi partidarias? Pues, precisamente, los miembros de la rama militar del partido,
ya que el resto de los cuadros muy difícilmente se acercaría a un mundo con códigos
cerrados y palabras como la de los "estrategócratas", imposibles de asir para
mortales no iniciados.
En esta lógica, si hablamos de conducir lo hacemos en el sentido limitado de
"cómo evitar que nos vuelvan a echar", síndrome claro por ejemplo en el caso
argentino de la Unión Cívica Radical, objeto frecuente de los golpes militares (y
sujeto activo cuando éstos eran contra los gobiernos justicialistas). Las muy escasas
posibilidades de conflictos armados entre Estados (y no dentro de los Estados,
situación por cierto más extendida) no generaba ninguna exigencia respecto a
qué hacer con la defensa nacional en la sociedad. El tratamiento del tema era otra
vez un debate entre los expertos militares, quienes las más de las veces usaban
el argumento de la indefensión sólo como ariete político, generalmente por "derecha".
De hecho, cuando en muchos países los militares ocuparon el gobierno "institucionalmente"
y no por la acción de un caudillo político militar, tampoco generaron
mejores condiciones de defensa. Por el contrario, en un caso como el de
Argentina, la última dictadura militar fue el peor ejemplo de "Indefensión", tras
embarcar al país en conflictos con todos los vecinos y finalmente perder una guerra
delirante contra la OTAN.
Es decir -retomando planteos más teóricos- que los partidos sólo se preocupaban
por la "política militar" en un sentido pequeño (cómo hacer para que no
nos echen, en qué entretenerlos, qué misiones darles). O, en un sentido más
amplio y moderno, por el problema de "la subordinación militar al estado de
derecho" en clave de relaciones civiles militares, tema excluyente de la última
oleada democratizadora en la región a partir de las dos últimas décadas del siglo
pasado.
Poco lugar queda así para los temas de defensa, entendidos éstos no como
parte de la subordinación sino de algo mucho más complejo como la conducción
política de los militares, ya no como sujetos de la política sino como parte del
poder estatal por antonomasia (el monopolio de la fuerza y de las relaciones exteriores).
Obviamente, ello implica un nivel de conocimiento similar al que se
requiere para la formulación de cualquier otra política pública como la economía,
la educación o la salud. Economistas, docentes o médicos pululan desde jóvenes
en la arena política, pero ¿dónde formar a los que elaborarán las concepciones
doctrinarias de los partidos en materia de defensa nacional?
Es aquí donde se entra en una de las falencias de nuestro mundo hispano/lusoamericano,
y que repite lo que sucede incluso hoy en las viejas metrópolis. La
vigencia de un antimilitarismo obseso de origen decimonónico, y agravado por los
roles políticos de las instituciones en la historia, determina que no existan como
en el resto del mundo, estudios superiores habituales en temas inherentes a la
defensa nacional. Piénsese que, por ejemplo, en Francia pueden detectarse cerca
de trescientos estudios de grado y posgrado en temas tanto políticos como tecnológicos vinculados a la defensa nacional. Sin contar que no puede imaginarse,
por ejemplo, a un egresado de la famosa École Nationale de Administración (la
ENA, de la cual salen los cuadros de conducción del Estado), que no pueda discutir
de igual a igual con un general francés las tesis de Raymond Aron sobre la
guerra y la paz.
Por ello es que tanto se ha insistido en la necesidad de promover los estudios
conjuntos de militares y civiles en ámbitos "realmente" académicos, y no en meras
escuelas militares que procuran cooptar civiles para su próxima aventura políticomilitar,
o para tener a su vez ellos como "partido militar" a algunos políticos "propia
tropa". Resulta fundamental que las universidades públicas asuman el compromiso
de crear estudios vinculados a los asuntos de seguridad internacional y
defensa, donde los futuros cuadros de conducción política adquieran en lo posible,
junto a los jóvenes oficiales militares, el conocimiento necesario para poder
conducir los asuntos de la política de defensa.
* Presidente, SER en el 2000.