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de equilibrio de poderes y en el reconocimiento de  la
soberanía nacional como fundamento de la ley, que or-
ganizó la escena internacional europea con posterioridad
a la firma del Tratado de Westfalia, en 1648.

De manera que las posiciones hechas públicas por el
presidente Bush desde el inicio mismo de su gestión,
sintetizadas en el documento aludido, tanto por lo que
contienen en el plano de las definiciones en torno pro-
piamente de la seguridad, cuanto por lo que definen en

Editorial

el de los principios más generales, implican una mudan-
za crucial. Colocan a los Estados Unidos y al mundo –
por la obvia incidencia  que  aquellos tienen sobre los
asuntos mundiales- frente a una definitoria encrucijada.

(Viene de pag.1)

ficar y destruir la amenaza antes de que alcance
nuestros límites”, “no podemos sostener más una

postura reactiva como tuvimos en el pasado”, o el
descarte de la disuasión  por  ineficiente  frente  al
terrorismo de alcance internacional y a los Estados
que lo sostienen, implican una completa diferencia-
ción respecto de principios rectores -y hasta ahora
fundamentales- de la escena internacional.

Curiosamente, aproximadamente medio siglo atrás, otro
presidente norteamericano enfrentaba otra encrucijada
de hondura parecida. El 25 de junio de 1950, con el
cruce del paralelo 38 por parte de las tropas norcorea-
nas, había comenzado la Guerra de Corea. El 27 de ju-
nio, el Consejo de Seguridad de ONU conminó a Corea
del Norte a detener la agresión y aprobó que se le otorga-

Es decir que estaríamos no tan sólo frente a  un
reverdecer de la unilateralidad, sino también ante
un conjunto de definiciones que implican un viraje
crucial,  que  colisiona  contra  principios  hasta  el
momento fundantes del orden internacional. Con-

ra asistencia militar a Corea del Sur. El entonces presi-
dente de los Estados Unidos, Harry Truman, demócrata,
a su vez, dispuso que el comandante general de toda la
región asiática, el prestigioso general Douglas Mac Ar-
thur preparara sus fuerzas para intervenir. Truman  y
Mac Arthur –a quien apoyaban los republicanos- tenían,
sin  embargo,  concepciones  completamente  diferentes
sobre la situación internacional y sobre la guerra. Mac
Arthur, que se  manejaba  con la  pauta  de  facultades
amplias que la tradición norteamericana le confería a los
comandantes de campo, era partidario de un conflicto

cretamente: contra las disposiciones de la Carta de
la ONU que exhortan al arreglo pacífico de las con-
troversias, recomiendan abstenerse de recurrir a la
amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad
territorial o la independencia de cualquier Estado,
entronizan el principio de acción colectiva en res-
puesta a agresiones o alteraciones de la paz, e ins-
tituyen el Consejo de Seguridad, a quien le confie-
ren la “la responsabilidad primordial de mantener la
paz y la seguridad internacionales” (art. 24 de la
Carta). Este último principio es notoriamente soca-
vado, asimismo, por la controvertida actitud de la

total, que incluyese a China, que apoyaba a los norco-
reanos. Seguramente influía sobre su punto de vista la
circunstancia de que en 1949, Mao Tsé Tung había con-
sumado la revolución comunista  y  había  confinado  a
Chiang Kai Shek –el aliado norteamericano- a la isla de
Formosa. Truman, en cambio, era más prudente.  Las
diferencias  entre  ambos  –que  eran,  también,  mayor-
mente, las diferencias entre demócratas y republicanos-
reposaban sobre cuatro puntos básicos. En primer lu-
gar, Truman creía que Europa era el teatro decisivo de la
confrontación con la ex Unión Soviética y privilegiaba el
fortalecimiento de la OTAN, mientras Mac Arthur (y la

administración Bush de intervenir militarmente de
manera  preventiva en Irak aún sin el paraguas de
Naciones Unidas y del antedicho Consejo.

Pero hay todavía más. No pocas de las definiciones
del  documento  del  20  de  septiembre  colisionan
también contra principios aun más generales de la
Carta: la igualdad soberana de los Estados, su de-
recho a la autodeterminación y a la no injerencia de
terceros países, y la igualdad de derechos de los
pueblos. Es decir, las pretensiones unilateralistas

oposición  republicana)  pensaban  que el  curso  de  los
acontecimientos en Asia era determinante. En segundo
lugar, Truman aceptaba la caída  de  China  y  prefería
evitar los riesgos de una guerra que podía involucrar,
incluso, a la Unión Soviética. Mac Arthur, en cambio,
estaba dispuesto a ir a la guerra con China y suponía
que la Unión Soviética no se inmiscuiría. Tercero, como
consecuencia de lo anterior, Truman proponía circuns-
cribir el conflicto al territorio coreano mientras Mac Ar-
thur abogaba por llevar la guerra a Manchuria y aventu-
rarse en un conflicto total. Por último, Truman era par-
tidario de actuar con el consentimiento y el apoyo

de intervención dadas a conocer por el presidente
Bush atentan contra el orden internacional asenta-
do sobre Estados nacionales a los que se les reco-
nocen derechos de soberanía, de autodeterminación
y de no injerencia. Estos principios –especialmente
los dos primeros- vienen sosteniendo  desde  hace
largo tiempo ya la posibilidad de existencia de un
mundo de Estados nacionales. Su más remoto an-
tecedente, como  ha sido  acertadamente señalado

Continúa pag.3
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